Vecinos por Torrelodones

¿Cuál es la ciudad con la que soñamos? ¿La ciudad ideal? ¿La ciudad habitable? ¿La ciudad digna? El debate sobre el futuro de las ciudades, de nuestro Torrelodones también, nos puede recordar bastante las discusiones de la ciencia que estudiaba la tierra y sus fenómenos a mediados del siglo XVIII. Por aquellos años, la ciencia […]

La ciudad con la que soñamos
¿Cuál es la ciudad con la que soñamos? ¿La ciudad ideal? ¿La ciudad habitable? ¿La ciudad digna? El debate sobre el futuro de las ciudades, de nuestro Torrelodones también, nos puede recordar bastante las discusiones de la ciencia que estudiaba la tierra y sus fenómenos a mediados del siglo XVIII.
Por aquellos años, la ciencia agrupaba a sus practicantes en dos grandes grupos, como han explicado detalladamente historiadores y geógrafos como Horacio Capel. Por un lado estaban los que pensaban que la tierra podía considerarse como un organismo vivo. Herederos de la tradición platónica, afirmaban que el cuerpo humano y el mundo terrestre eran muy parecidos y que el conocimiento de la fisiología y de la patología del primero –y de otros seres vivos–, podían explicar muchos de los fenómenos que se observaban en la superficie terrestre. Por otro lado, enfrentados a éstos, estaban los que defendían una concepción mecanicista del mundo, nacida a partir de la revolución científica del siglo XVII.
Para los primeros, defensores de la filosofía neoplatónica y apoyados en las creencias de la iglesia cristiana, el mundo, como el ser humano, tenía un cuerpo, e incluso, un alma, pensamiento extendido, por lo menos hasta mitad del siglo XVIII. Para los segundos, imbuidos del materialismo de la nueva perspectiva de las cosas, la tierra tenía que estar concebida en términos de mecanismos medibles y cuantificables, como una máquina de la época, llena de ingeniosas ruedas dentadas, de ejes y embudos por donde circulaban los fluidos.
Hoy, el debate sobre el futuro de la ciudad postindustrial reproduce hasta cierto punto aquella discusión. Ante los problemas que le afectan, frente a las quejas y al malestar de los ciudadanos, ¿les podemos mostrar una cartografía amable, llena de manchas verdes, plagada de buenas intenciones y de grandes proyectos de inspiración social, conseguir que los mecanismos de la ciudad –el transporte, el entorno, la cultura, los residuos, la escuela, la protección ambiental e histórica…– funcionen como es debido? En otras palabras, la ciudad soñada, la urbe ideal, ¿todavía puede responder a grandes teorías urbanísticas de base política, social o ecológica, quizá la última moda, o se debe centrar en el funcionamiento correcto de los “artefactos” urbanos que afectan y dirigen la vida cotidiana de las personas?
La ciudad con la que soñamos
La ciudad es, al fin y al cabo, la suma de las partes, en buena medida, porque ya no hay grandes utopías urbanas más allá de algunas propuestas basadas en la melancolía de unos tiempos pasados. Pero el pasado nunca es la solución. Aunque el geógrafo Oriol Nel.lo insiste en que la definición de la ciudad postindustrial resulta hoy muy complicada y que no podemos definir eso de “la ciudad” en abstracto, lo cierto es que parece existir una concordancia en la conveniencia de una ciudad más amable, con una especial integración de las zonas verdes en el conjunto urbano con la finalidad de hacerla más grata, alejándonos de la oleada de una urbanización prolongada, extensa, incansable e interminable.
La complejidad de la sociedad, la fragmentación cultural, la libertad individual, la presencia de grupos con deseos y pretensiones muy diferentes… la globalización de la economía aún hacen más difícil responder de forma unidimensional a la cuestión de la ciudad ideal. La ciudad soñada, sí, pero ¿para quién o para qué?
¿Bastaría, entonces, respetar el medio ambiente urbano, conseguir un buen confort climático, moderar las luces agresivas, ser conscientes de la existencia de otros seres vivos, reducir la emisión de gases contaminantes, calmar el tránsito, domesticar el ruido, mejorar el transporte y la escuela, integrar la defensa de valores cívicos como la huerta y el centro histórico en un nuevo discurso de modernidad y no contraponerlos, buscar mecanismos de participación más efectivos que las plataformas y los partidos políticos tradicionales y aspirar a alguna cosa más que a una vivienda digna para tener una ciudad soñada?
Sería ingenuo decir que sí, pero ¡quién sabe si mejorando el funcionamiento urbano cotidiano, un día no nos despertaremos sorprendidos de vivir en una ciudad agradable.

La ciudad con la que soñamos

La ciudad con la que soñamos

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