En un pueblo serrano hay un barrendero que canta mientras barre y barre mientras canta. ¡Qué bueno! Va pertrechado de su carro, de su gorra y de su escobón. Su mundo son la acera, la calle y el contenedor; las hojas secas de otoño, las frías mañanas de invierno, la lluvia de primavera y los calores del verano; el olor a café, el ruido de los operarios y el malhumor de los conductores arrojado por los tubos de escape. Barre las hojas secas, las colillas, los papeles y las bolsas. Barre todo lo que otros tiran o tiramos. Barre tantas cosas… Y mientras barre también canta, y al cantar también barre. Barre las penas, los sinsabores, las ausencias, la nostalgia, la monotonía. Quizá canta añorando el mundo que siempre soñó. Con su escobón limpia las calles y con sus coplas limpia los corazones y alegra las mañanas y las aceras. Sus cantos arrancan una sonrisa a las abuelitas y a los niños. También a nosotros. Nos dice que esas sonrisas son lo mejor que se lleva a su casa todos los días y son el estímulo de cada amanecer.
Una madre tira de la mano de su niño que se queda mirando para atrás al barrendero que canta. ¿Por qué canta mamá?, porque está contento, ¿por qué está contento?, porque le gusta ver las calles limpias. Pero parece pobre, le dice el pequeño apenado; pero es feliz, le consuela su madre. Pues yo también quiero barrer, quiero cantar y quiero ser feliz. Para los niños la mejor lección del día quizá no está en los libros ni en las aulas.
Pero no todos sonríen. El otro día un señor con aspecto refunfuñón le miró con desagrado, como si le molestaran sus melodías. No importa, se dijo a sí mismo, seguro que es un gruñón que hasta le molesta ver a Papa Noel en la portada de una revista. Y siguió barre que te barre y canta que te canta.
Los ricos lo tiran casi todo y los pobres recogen lo que pueden. Qué pobres son los ricos, sólo tienen dinero. Todo lo que hoy es basura en su día fue riqueza. Y qué ricos son los pobres porque no tienen nada que perder. Nuestro barrendero también encuentra y recoge cosas. Mucho de lo que otros tiran todavía se puede aprovechar. Nos cuenta que en una ocasión otro barrendero encontró una niña llorando en un contenedor: ”Hija, tu no me llores por un beso, que donde comen tres también comen cuatro, y mientras haya una escoba no va a faltarte un vestidito nuevo y unos zapatos”.
Barre que te barre, canta que te canta. Barriendo y cantando también barre las miserias que todavía quedan por el pueblo, las inmundicias, el mal rollo, la avaricia, la soberbia, los malos modos, los trolls, la bilis que impregna a alguna gacetilla local… Y tanto barrer y tanto cantar que finalmente en ese pueblo quedaron barridos los que siempre habían mirado para su propio ombligo, los desalmados, los malhumorados, los de las tonalidades oscuras. Quedaron limpias las calles y limpio el aire. Vinieron otros con sonrisas, con alegría, con ilusión, con trabajo tenaz… Vinieron a escuchar y a hablar, a reír y a llorar, a equivocarse y a acertar, a colaborar, a querer y a remar, a barrer y a cantar.
Lo saben los niños y las abuelitas, y “lo saben el carro, las hojas, la gorra, la escoba, la acera, la calle y el contenedor, y lo sabe el verso y la copla que aquel barrendero un día cantó”.
Barre y canta señor barrendero, porque al barrer y cantar nos regalas otro mundo. (Dedicado a Juan)
Nota: cualquier parecido de este cuento con la ficción es pura coincidencia.
juan1

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