Todos, casi en cada momento, tenemos la potestad de decidir entre hacer algo de cualquier forma o hacerlo bien; de ser groseros y desagradables o amables y educados. Podemos elegir entre tirar al suelo una bolsa estrujada, un pañuelo de papel o una lata de cerveza; o, por el contrario, depositar cada cosa en su correspondiente contenedor. Tenemos también la opción de dar un grito o de bajar la voz, de encolerizarnos ante cualquier contratiempo o de tratar de remediarlo. Cada uno puede elegir entre ser un ciudadano adulto y maduro o un “hooligan” o adolescente caprichoso. Podemos optar por formar parte de la masa crítica de la calamidad y el obstruccionismo o por la actitud positiva y la concordia cívica. Es posible también elegir entre exagerar las diferencias y ahondar las heridas o, por el contrario, tender puentes y allanar caminos. Se puede elegir entre la consanguineidad de la tribu o la fraternidad de la ciudadanía. Podemos optar entre el prejuicio o la vocación sincera de conocer y comprender. Se puede elegir también entre gruñir o sonreír, entre competir o colaborar, entre el rechazo o la tolerancia. Podemos ser farsantes y tramposos o diáfanos y honrados. Cada cual puede decidir si queremos enclaustrarnos en la defensa a ultranza de lo propio o hacer cosas sustanciales y valiosas que mejoren en mayor o menor medida lo que es de todos. Se puede también optar por formar parte de esa comunidad cerrada de los intolerantes o apostar por esa otra comunidad abierta, generosa y solidaria.

Tú eliges.

El hecho de que actuemos de una forma u otra tiene sus consecuencias, influye sobre la colectividad y desata cadenas de otros actos que pueden ser perjudiciales o, por el contrario, beneficiar la convivencia. La buena educación se contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito de su propia vida y en la zona de irradiación directa de su comportamiento.

Es necesario un constante esfuerzo pedagógico porque la convivencia pacífica y amable no es lo natural, ya que va en contra de las inclinaciones e instintos primarios de los seres humanos. Lo natural y primitivo es la barbarie, no la civilización; no es la igualdad, sino el dominio de los fuertes sobre los débiles. Lo natural es el clan familiar, la tribu y el recelo hacia los forasteros. Lo natural es el apego a lo propio y el rechazo a lo distinto y ajeno. Lo natural es el puñetazo o el grito y no el argumento persuasivo. Lo natural no es la democracia, sino que haya señores y súbditos. La convivencia y los hábitos democráticos se han ido construyendo y abriendo camino a lo largo de muchísimos años de avance de la civilización y de la cultura frente a nuestros instintos primarios. Hemos sido capaces de dejar la caverna y llegar a la luna, pero también es cierto que no todos hemos llegado a la luna ni todos hemos abandonado las cavernas. Precisamente por ello, y por no ser lo natural, es necesario un esfuerzo constante por mantener y avanzar hacia la convivencia pacífica y amable. En la tolerancia de los unos para con los otros y en la aceptación mutua radica el avance de la humanidad.

Es por todo lo anterior por lo que en Vecinos por Torrelodones estamos empeñados en el ejercicio cotidiano de la ciudadanía, y por eso estamos empeñados también en elegir siempre la segunda de las opciones entre todas las alternativas previamente enunciadas.

 

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