Hace dos días, quizás dos semanas, quién sabe si dos meses, te cruzabas con ellos por la calle y eran prácticamente invisibles para tus ojos, como el mal que nos acecha. Parte del paisaje de tu pueblo, del decorado. Un banco, una farola, un coche, las mesas de las terrazas de los bares esperando a los clientes… Apenas figurantes, atrezzo.
Hoy tú estás en casa, cumpliendo con tu obligación; ellos siguen afuera, cumpliendo con la suya. Escuchas el golpeteo y resoplar de los camiones de basura, el ulular de las sirenas de la policía, de protección civil…
Ruidos que antes te molestaban, te incordiaban o te ponían alerta, y que ahora, paradojas de la vida, te tranquilizan. Gracias a ellos sabes que siguen ahí, en guardia. Como los sanitarios, como los farmacéuticos, o esos valientes que te traen tu compra a casa. Alimentos para el espíritu y para el cuerpo.
La mayoría de las veces su vestimenta, esa que uniforma y elimina la identidad individual para hacerles formar, cual falanges, parte de un cuerpo, es la culpable de tu ceguera. Pero ha llegado la hora de abrir los ojos, no tan sólo de batir palmas a las ocho en punto de la tarde y cantar al viento que resistirás. Es momento de conocerlos, de reconocerlos. Ahora y cuando todo haya pasado.
Cambio de paradigma
Esta sociedad, que entre todos hemos creado y alimentado, reina de lo banal y de lo viral, de lo superfluo, de los inputs, de los si te he visto no me acuerdo pero te consumo; de los likes, de las redes de aislamiento e incomunicación, del individualismo exacerbado, del medio es el mensaje hasta tal punto que este último en ocasiones es lo de menos… ¡Impactos, impactos! Dame un titular, no me digas la verdad…
Esta sociedad necesita un cambio de paradigma, un cambio de modelo para avanzar en el conocimiento. Entre todos lo conseguiremos, dice el optimista. A pesar de algunos, apunta el pragmático. Esto no hay quien lo solucione, sentencia el pesimista. Habrá que ponerse en su lugar, recalca el empático. Será una carrera de fondo, pero tendrá que ser a toda velocidad pues el tiempo parece que se nos acaba. Y sobre todo tendrá que ser con el esfuerzo de todos, cada uno con su idiosincracia. Ahora es el momento de la resiliencia y de la solidaridad, pero mañana también. No nos queda otra.
El ser humano es desmemoriado por naturaleza, sobre todo para lo malo. Es un arma psicológica necesaria para la supervivencia, como el repentino desmayo, la pérdida de conciencia con la que escapamos de lo inasumible. Recordamos más los buenos momentos que los malos, por mucho que se diga que de estos últimos se aprende de verdad.
Vecinos con nombre y apellido
Serán lecciones de vida, sí, pero transcurridas unas fechas te acuerdas de lo bien que lo pasaste en aquel viaje, de la juerga de la otra noche, no del dolor de cabeza que tuviste a la mañana siguiente. Por ello, para que la resaca no vuelva a nublar tus recuerdos, te dejamos aquí, por escrito, y sabiendo que muchos se nos quedan en el tintero, los nombres de nuestros héroes. ¡Gracias!
Ana, Carlos, Bea, Ernesto, Cristina, Benji, Laura, Pepe, María José, Rubén, Arancha, Jesús, Fátima, Tabu, Patricia, Francisco Javier, María, Pedro, María Dolores, Joaquín, Nadine, David, María del Carmen, Fernando, Roberto, Bruno, José Antonio, Mario, Alberto, Javier, Paco, Sergio, Victoriano, Beatriz, Raul, Miguel Ángel, Jesús Manuel, Vicente, Roberto, Adrián, Diego, Ramón, Felipe, Víctor Manuel, Miguel, Juan Carlos, Mario, Teresa, Faustino, Iván, Agustín, Ángel, Julia, Lourdes, Carmen, Enrique, Jorge, Marian, Diana, Moha, Carmen, Fermín, Luigi, Susana…