Vecinos por Torrelodones

Pepe Templado, a raíz de un artículo de la Secretaria de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación, publicado en la revista Nature nos da su particular visión sobre la excelencia en el campo de la investigación.

ExcelenciaHace unas semanas la Secretaria de Estado de Investigación, Desarrollo e Innovación publicó un artículo en el que, con motivo de la crisis, abogaba por reducir el contingente de investigadores sólo a los más excelentes. Poco después, dos de los investigadores considerados excelentes publicaban sucesivamente en El País artículos en el mismo sentido. Nos encontramos, pues, los investigadores en plena ofensiva de la “excelencia”, término que aparece por doquier en todo tipo de documentos oficiales u oficiosos, en el lenguaje político y en el discurso de los generadores de opinión. Como en Celtiberia somos más dados a los excesos que a la moderación, nos toca ahora el empacho de excelencia. Hasta hace sólo unos pocos años, la única “excelencia” que conocía era el Generalísimo Franco; quizá por eso no me agrade el palabro.
En el ámbito general, el sustantivo en cuestión forma parte de ese vocabulario vacío propio de modas, de lo políticamente al uso o de la publicidad, como pueden ser “emprendedor”, “sostenible”, “ecológico” y otros tantos. Sin embargo, en el campo de la investigación científica la cosa cambia, pues se ha establecido toda una métrica que permite medir la excelencia, por lo que ésta deja aquí de ser algo impreciso y que simplemente suena bien. Voy a referirme a este (mi) campo profesional.
No dudo que perseguir la excelencia (aceptemos el término) sea bueno, sobre todo si tal ambición se desarrolla con discreción y con ciertos niveles de autocrítica, pero cuando se convierte en obsesión o forma de vida puede acabar derivando en el exhibicionismo, primero, y en psicopatía, después, como en el caso de la anorexia, la vigorexia o la ludopatía, por poner unos ejemplos. Quizá la psiquiatría podría ir buscando ya un término para una nueva psicopatía cuyos síntomas empiezan a ser evidentes en algunos investigadores “de moda”.
ForgesEn este mundo mercantilista sólo se valora lo que puede medirse con números o índices. La simpatía, el sentido del humor, la bondad o la buena educación, todavía no cotizan. Todos, dentro del ámbito de lo subjetivo, sabemos quien nos parece simpático, gracioso, agradable, bueno o educado, pero no nos atreveríamos a afirmar públicamente que somos más simpáticos que el vecino (o competidor inmediato). Sin embargo, en la investigación científica la excelencia sí podemos medirla a través de unos baremos e índices que nos han sido impuestos (no entro a valorar aquí su mayor o menor bondad, lo cual merecería otro debate). Por tanto, uno no sólo puede medirse y compararse con los demás investigadores, sino que además te ves obligado a hacerlo continuamente y a ser calificado dentro las distintas categorías de excelencia que se establezcan en cada caso. No es de extrañar así que los más excelentes caigan en la humana tentación de exhibir tal condición. La vanidad es inherente a todo ser humano y todos buscamos ser valorados o admirados. Ello normalmente lo perseguimos tratando de resaltar nuestras virtudes y de ocultar (en vano) nuestros defectos. Sin embargo, la intuición me dice que la aceptación de los que te rodean se consigue más bien a través de una combinación equilibrada de defectos y virtudes (y me temo que son los defectos los que nos hacen más humanos). Por el contrario, los “perfectos” (los que carecen de defectos) tienden a producir cierto rechazo (o mucho, en el caso de un exceso de presunción a través del alarde desmesurado de las virtudes propias). Quizá sean determinadas cualidades no cuantificables las que proporcionen mayores grados de aceptación.
Rafa Nadal (Reuters)El que haya conseguido leer hasta aquí ya se habrá percatado acertadamente de que no me considero excelente y que trato de alguna forma de justificar mi condición de normal, aunque me esfuerzo denodadamente en ser “más normal que la media”. Me queda el consuelo de que para que existan los excelentes es necesaria también la existencia de los que no lo somos y, por tanto, desempeñamos nuestro imprescindible papel en el sistema, aunque sea un papel poco visible o poco vistoso. Lo cierto es que los excelentes sólo pueden ser considerados como tales si existe suficiente masa crítica dentro de la cual puedan destacar. No me imagino una sociedad en la que sólo tengan cabida los médicos de renombre, los arquitectos estrella, los policías distinguidos con alguna condecoración, los empresarios favoritos del Ministro de Economía, un ejército formado exclusivamente por generales, un contingente de deportistas formado sólo por Rafa Nadal y Fernando Alonso, o una sociedad, en fin, tejida sólo por los profesionales más aventajados, aunque a nuestra Secretaria de Estado igual se le ha ocurrido (por lo de la crisis). Sí me imagino, sin embargo, una clase política formada sólamente por aquellos que aprueben en las encuestas del CIS, aunque se aproxime a un conjunto vacío.
El caso es que cuando las crisis aprietan, existe la tendencia a que las élites traten de salvarse de la quema, trazando muy bien los límites que las conforman. Fuera de dichos límites quedaría a su suerte toda una masa indiferenciada de ciudadanos anónimos, buena parte de los cuales han cometido la gran torpeza de ser normales. En esta sociedad competitiva e individualista que hemos creado, la palabra mediocre, que en origen se refería a lo que estaba alrededor de la media, tiene ahora un sentido peyorativo (si eres «normalucho», no te comes una rosca).
La evolución biológica ha transitado con similar éxito a través de estrategias antagónicas: competir (ley del más fuerte) o cooperar (simbiosis), destacar (aposematismo) o pasar inadvertido (cripsis). En nuestra sociedad las estrategias que han triunfado son las de competir y destacar. Por su lado, la ley última de la naturaleza sigue su curso inalterable: “comer y no ser comido” (o “comprar y no ser comprado” en el lenguaje actual).
Sospecho que si me he lanzado a decir todo lo que antecede es por el conocido principio de “acción y reacción” (toda fuerza ejercida en un sentido origina otra de la similar magnitud en sentido contrario, o algo así). Creo que es tan humano o comprensible como presumir de excelente. Entre tanto, voy a apostar por la simbiosis y la cripsis, tratando cada día de hacer mi trabajo mejor.

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